Impaciente en rehabilitación
Me llamo Osiris y soy impaciente.
Cuando Dios repartió la paciencia yo estaba en otra fila. Seguramente has escuchado esta frase, ¿te checa? A mí sí, y mucho. Suelo bromear con ello porque ¡ay sí te contara! Me saturaba de planes, quería adelantar pendientes, resolver dudas y aclarar las cosas de forma inmediata. Ir caminando detrás de alguien lento era una prueba máxima de carácter.
La primera señal de que debía trabajar en mi paciencia me llegó en cuanto me convertí en mamá, ya tiene varios años, pero pues me resistía, ¡eh! Y es que bien dicen que los hijos nos vienen a mostrar aquello en lo que podemos mejorar, pues resulta que yo andaba toda acelerada por la vida y mi hija, con calma. Ella debía tomar su tiempo para alimentarse, para su tarea, para jugar, todo era con muuucha calmita. Algún tiempo le pedí que fuera más a prisa, hasta que en terapia me dijeron: ellos llevan su ritmo, cada persona es diferente y la impaciencia puede afectar tu salud al generarte estrés, ansiedad, problemas de violencia, obesidad, hipertensión y envejecimiento prematuro (por decir algo).
La impaciencia es una conducta aprendida, así que no quería que ella también la padeciera. Eso me sirvió para ser más condescendiente, pero al tema iba más allá de eso. Como suele suceder con aquello que nos choca, el problema no estaba fuera sino dentro de mí.
Aprender a esperar es una cualidad que nos ayuda a ejercitar la tolerancia que hoy hace mucha falta con la sobrestimulación que tenemos, el acceso a la información inmediata (sea verídica o falsa) y la prontitud con la que podemos comunicarnos con otros, recibir un paquete o reservar un viaje; la vida profesional nos demanda atender las cosas al instante.
Si creciste en los 80’s o 90’s como yo, recordarás que teníamos que esperar unos días o hasta una semana para poder ver el siguiente episodio de nuestra serie favorita ¿se besarían Rachel y Ross? Teníamos un rollo de 12 o 24 fotos y debíamos economizarlas; si te sacabas una foto con la persona que te gustaba, debías esperar hasta que se terminara de usar el rollo, llevarlo a revelar y esperar hasta una semana a que te las entregaran, y solo ahí sabías si habían salido bien o si habías cerrado los ojos en el momento del disparo. Si querías hablar con un amigo, no había forma de comunicarse hasta que ambos estuvieran en teléfono fijo (qué chavorruco es decir “teléfono fijo”). Desarrollábamos en cierta forma la paciencia naturalmente.
Pero hoy esa virtud está subestimada, en un mundo en el que la inmediatez es sobrevaluada. De repente perdemos la capacidad de análisis y de concentración, lo cual impacta en nuestro aprendizaje.
Analizándolo más profundamente, la impaciencia puede reflejar nuestra inconformidad con el momento que estamos viviendo y sentir que deseamos algo distinto, queremos apurarlo. Pero las cosas no son así.
La paciencia nos ayuda a cultivar la capacidad de esperar y perseverar en situaciones difíciles, lo cual promueve el crecimiento personal y la resiliencia emocional; nos permite escuchar mejor a los demás, entender sus puntos de vista y resolver conflictos de manera más efectiva; fortalece las relaciones interpersonales al evitar reacciones impulsivas o irreflexivas, y nos permite evaluar cuidadosamente nuestras opciones antes de tomar decisiones importantes.
Ser paciente nos ayuda a manejar el estrés de manera más efectiva y a mantenernos enfocados en nuestros objetivos a pesar de los contratiempos y los obstáculos que puedan surgir en el camino, pues muchas veces, alcanzar nuestras metas requiere tiempo y esfuerzo
En resumen, la paciencia es una virtud que nos ayuda a mejorar nuestra calidad de vida, nuestras relaciones con los demás y nuestra capacidad para alcanzar objetivos. Lo bueno es que podemos generarla todos los días y por convicción. Sí, soy impaciente, pero en rehabilitación. Me ha servido aprender a disfrutar el momento, saber que no tengo el control de un sinfin de cosas y aprender a respirar adecuadamente.
¿A ti qué te ha funcionado para tomártelo con calma?
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