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Es de sabios cambiar de opinión

Es de sabios cambiar de opinión

¿Te ha pasado que te encuentras con alguien a quien no veías desde hace varios años y al platicar descubres que es una persona totalmente distinta? Quizá soñaban hacer algo o compartían el rechazo hacia alguna creencia o tipo de música, comida, y creías que siempre iba a ser así, pero descubres que ya no, ¿esa persona cambió o su experiencia de vida es la que modificó algunos de sus ideales y pensamientos?

A muchos nos choquea notar esa diferencia entre la persona que alguien fue y la que es ahora. Incluso con nosotros mismos, nos sentimos mal si cambiamos de opinión, creemos que eso es no ser congruentes.

Ya hemos platicado que la vida es dinámica, por más que lo queramos nada puede durar para siempre. Cambiamos de casa, de escuela, de coche, de trabajo o, en temas más trascendentes, puede ser que cambiemos de profesión, incluso muchas veces dejamos atrás amigos o la pareja.

Pero ¿por qué nos cuesta tanto trabajo cambiar hacia dentro?

Las personas, en general, tendemos a ser resistentes al cambio, no solo en nuestras opiniones, sino también en hábitos y comportamientos. Por un lado, la familiaridad proporciona una sensación de seguridad y control; por consiguiente, cuando algo modifica la estructura que tenemos, eso nos ocasiona un desajuste emocional.

Por otro lado, a nivel fisiológico también tenemos una especie de “programación neurobiológica” que hace que nos cueste trabajo adaptar nuevas dinámicas o hábitos que incluso queremos lograr de manera consciente, porque nuestro cerebro no está preparado para ello. Es necesario tener mucha constancia para poder lograr ese reajuste.

Cambiar de opinión e incluso de costumbres puede afectar nuestras relaciones con otras personas. Si nuestros amigos, familia o colegas comparten nuestras creencias, modificarlas puede generar conflicto o alienación social.

Las personas tienden a buscar y valorar información que confirme sus creencias preexistentes y a ignorar o devaluar la información que las contradice. Esto nos lleva a reforzar nuestras ideas en lugar de cuestionarlas.

A la mayoría les gusta mantener una coherencia interna en sus creencias y actitudes. Cambiar de opinión puede crear una sensación incómoda de tener ideas contradictorias en la mente, lo cual tratamos de evitar.

En ocasiones esto implica reconocer que nos equivocamos, lo cual puede ser embarazoso, especialmente si hemos defendido una opinión con vehemencia. El orgullo puede impedirnos admitir errores, tanto a nosotros mismos como a los demás. A veces no se trata de un error, simplemente pudo ser que emitimos un juicio sin conocer lo suficiente de un tema.

Pero no siempre que cambiamos de opinión es porque alguna vez estuvimos equivocados, sino porque crecimos, adquirimos experiencia, maduramos algunos episodios y eso nos hizo ajustar nuestra forma de pensar respecto a ciertas cosas. Quizá a eso se refiere la frase “Es de sabios cambiar de opinión”, que alguna vez dijo el filósofo alemán Immanuel Kant

Ojalá fuera tan sencillo cambiar hábitos o costumbres que en lugar de beneficiarnos nos causan perjuicios. Eso conlleva una intención genuina de hacerlo, mucha constancia y paciencia.

Quizá todo este proceso no es tan sencillo, pero si adoptamos una visión más tolerante hacia nosotros y también hacia los demás, sin estigmatizar tanto el cambio –que al fin y al cabo es natural- podemos llevar el día a día de una forma más ligera y amable y, ¿por qué no?, desde nuestra evolución, podría ser que nos reencontremos con alguna que otra persona que creíamos ya un caso perdido.

Gracias hasta aquí por leerme, y me gustará mucho saber qué opinas de todo esto. ¡Saludos!

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