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La fuerza vital de las mujeres

La fuerza vital de las mujeres

El Día Internacional de la Mujer es buen motivo para recordar a las que se levantaron en pie de lucha por nuestros derechos, pero también a quienes desde la cotidianidad se emanciparon y nos dieron vida.

Soy de una generación que es nieta o bisnieta de mujeres que vivieron en la época revolucionaria de México, sobrevivientes de episodios de violencia y discriminación. Muchas enviudaron jóvenes o fueron abandonadas y criaron solas a sus hijas e hijos.

Con o sin pareja, forjaron personas trabajadoras, nobles y entregadas. De mis abuelas tengo, además del color moreno de piel, la fuerza, el orgullo y el coraje.

La mayoría de nuestras madres tuvieron acceso al menos a la educación básica, pero crecieron inmersas en el sistema patriarcal y machista que privilegiaba el estudio para los hijos hombres e imponía las labores de casa para las mujeres. Algunas lograron estudios superiores.

Mientras unas permanecieron realizando el invaluable papel de ama de casa, otras poco a poco se abrieron espacio en el ámbito laboral, a veces por gusto y a veces por necesidad.

Se partieron en mil pedazos, porque el salir a trabajar en una empresa, escuela o comercio no dejaron el trabajo de casa, el cuidado de los hijos (quienes fueron madres). Si alguna se salía de lo establecido era juzgada incluso por otras mujeres.

Crecieron y ejercieron con muchas culpas. Cumpliendo con sus anhelos, fueron cuidadoras, esposas, madres, hijas; apenas tuvieron tiempo y energía para juntar esos mil pedacitos y seguir adelante.

Luchando mil batallas, allanaron el camino para que muchas como yo pudiéramos ver “normal” estudiar una carrera (y elegirla), decidir sobre nuestro cuerpo (tener hijos o no y cuándo), ver opciones más allá de vivir en pareja y disfrutar en el camino.

De ellas heredé la voluntad, el amor y también –duele admitirlo- algo de culpa. Aun así, desde esa culpa y esa mentalidad tradicionalista, partidas en cachitos y casi sin darse cuenta, gestaron una nueva conciencia de libertad y merecimiento.

Ellas fueron arando la tierra que nuestras bisabuelas y abuelas sembraron para que las generaciones actuales florezcan en un mundo de posibilidades y de derechos que –tristemente- debieron ser ganados. Por eso honro a esas mujeres que me precedieron.

Vamos bien. Nuestras antecesoras hicieron mucho pero aún nos falta. La libertad que hoy gozamos no ha sido fortuita, la hemos trabajado como si no hubiéramos nacido ya con ese derecho a ser libres.

Ya podemos decidir nuestros estudios y trabajo, pero ganamos 16% menos que los hombres y la participación de la mujer en las empresas o en la ciencia es de alrededor del 30 por ciento.

Desarrollamos nuestra vida profesional pero todavía, en 2024, dedicamos tres veces más horas al trabajo doméstico no remunerado que ellos. Las estadísticas apuntan a que una de cada tres mujeres ha vivido o vivirá violencia por parte de una pareja en algún momento de su vida.

Tenemos que verlo. Muchos hombres acompañaron a estas mujeres en su recorrido, desde su posición, y también deberán deconstruirse.

Honro a todas las mujeres que nos han dado vida, voz, voto, libertad y confianza; aquellas que he tenido el privilegio de conocer, a todas y cada una. Como deber con las que estuvieron, con las que estamos y las que vienen, hoy más que nunca hay que preservar ese sentido de respeto, libertad y equidad en sociedad.

La unidad ha sido el agua que riega esa tierra arada que hoy florece. Está comprobado que solo unidas, sin juzgarnos ni golpearnos unas a otras, podemos continuar hasta apoderarnos de esos derechos que siempre fueron nuestros.

Te invito a que honres a tu linaje de mujeres valiosas y mires a las que tienes a un lado, ellas son tu equipo y tu fuerza.

¡Saludos!

 

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